Ícaro
Siempre me ha fascinado – a veces de forma positiva, a veces de forma negativa– la pasión del ser humano occidental por viajar. Basta pararse y sacar una foto. El hombre desea volver al Neolítico, abandonar la formación de poblados estables agrícolas y ganaderos y recuperar su condición salvaje de cazador-recolector. De sedentarios a nómadas. Es el nacimiento del hombre-maleta, que renuncia a esperar a la muerte habiendo conocido un solo lugar y mueve los brazos para que le rescaten de su sitio, que huye antes de ser cadáver y se transporta en el tiempo y en el espacio como necesidad. Y se pone alas de cera y vuela hasta el sol para luego caer al mar y ahogarse. Sobrevive para seguir viajando y construye templos imperfectos y ásperos a Hermes en forma de inmensos hangares. Sueña con peregrinaciones por pasillos fríos repletos de cintas que inutilizan las piernas. Pura arrogancia; una impertinencia ambulante que merece ser castigada por sus semejantes condenando a este inestable emigrante a ser protagonista de una película neorrealista (italiana, por supuesto) ambientada en un aeropuerto. Como aquí y ahora.
- Le estamos pidiendo que coopere, nada más. Si nos ayuda, le dejaremos ir. Can you hear me? Can you see me? El pasaporte, por favor. La tarjeta de embarque, en los dientes. Los líquidos, en la bolsa de plástico. Vuelo de Lufthansa jotakacuatrocientoscincuentayseis con destino Frankfurt. Puerta becuarentaydos. Flight Lufthansa yikeiforjandredanfiftysix, destination Frankfurt. Gate number bifortytu ¿Ahí lleva un ordenador? Descálcese y enséñeme los pies. Aquí, los zapatos. Die you bastard ¿Algo que declarar? Fuck off. Abra la maleta. Come on, motherfucker. Desnúdese.