La explicación de la ortografía del nombre de Dios

Aunque era agnóstico, iba por Gran vía y se encontró con Dios. Así, la primera con mayúscula, que antes para él era dios a secas, de forma irreverente y suburbial y sin ningún tipo de pudor. Las experiencias cambian a los hombres y les hacen corregir actitudes, y en este caso la actitud que cambió fue ortográfica.
En un primer momento no le pareció Dios, ni dios tampoco, y pasó de largo. No le dedicó ni una sonrisa, ni una mirada despectiva, ni aquella mirada inquisitorial que soltaba cada vez que le presentaban a alguien. Sólo pasó de largo.
Dios tuvo que gritarle. Eh, tú, porque, aunque se haya dicho lo contrario, Dios no se sabe los nombres de todos, que demasiadas cosas tiene en la cabeza como para preocuparse de algo tan banal; dónde se ha visto un consejero delegado que sepa llamar a todos los empleados por su nombre. Sí, tú, repitió. Y él se sorprendió, porque ya se había percatado de un cierto halo divino en el demandante.
- Si no quieres que me convierta en una llameante furia, dígnate a admitir mi existencia.
Mire, contestó, que le salió el usted, qué menos ante una supuesta deidad. Entiendo que se sienta ofendido, pero no hay nada que me incline a pensar que usted no sea más que una entelequia producto de la debilidad humana. Y no niego que no exista: sólo digo que mi pobre razón mortal no alcanza a entender un concepto tan etéreo.
Al fin y al cabo, dijo Dios, la culpa es mía, por haceros tan absurdamente imperfectos. Esto ya me ha pasado en más ocasiones, pero dejemos lo de las manos y el costado para otro lugar y otro tiempo. De momento, sólo una cosa te pido.
Usted dirá.
Cuando escribas mi nombre, pon la primera letra con mayúscula, alma de cántaro.
A partir de entonces, tanto Dios como la RAE durmieron tranquilos.