Colesterol
Esta semana el médico me ha dicho que tengo el colesterol muy alto, que se me ha hecho mayor antes de que yo haya llegado a viejo; porque ni siquiera me considero eso que dicen que es un hombre de mediana edad.
De hecho, el día que me describan como un hombre de mediana edad llevaré a cabo mi primer intento de suicidio.
Quizás esto del colesterol quiere decir que ya soy un hombre de mediana edad. Qué momento. Seguro que cuando el médico me dijo aquello en realidad estaba pensando: “bienvenido a la mediana edad, imbécil”. Ahora, como simbólico acto de celebración de mi edad real, tomo una pastillita pequeña justo antes de cenar –un comprimido que se parece inquietamente a aquellos que consumía mi abuelo en las comidas– para que el colesterol que habita en mi sangre se dedique a perjudicar a otro.
Supongo que será por los tiempos que corren, pero me he imaginado al colesterol no como un cuadrúpedo obeso y de color amarillo sino como un grupo antisistema que ha decidido acampar en mis arterias. Creo que esa idea me dará para un relato, pero que lo dejaré para más adelante: en esto del colesterol me siento un poco de Intereconomía y eso no está muy bien visto por aquí. Sin embargo, ya he visto a mi colesterol con pancartas de “Danacol manipulación” y “Mucha simvastatina y poca endorfina”, y con su huerto de lípidos complejos y cadenas alifáticas ramificadas; hasta tenía una cuenta en Twitter y se ha inventado el hashtag #lassaturadasmolan.
Así que tengo sueños con antidisturbios en forma de esteroles vegetales y dando hostias, con perdón, para disolver la acampada lípida y que mi organismo pueda seguir siendo todo lo capitalista que quiera.
Por eso me siento un poco de Intereconomía. Al menos en esto del colesterol.