Ambición
El relato quería lanzarse a ver mundo y habló con un escritor amigo, un poco mediocre, para que lo convirtiera en novela corta. La calidad de la prosa no le importaba, ya que su propósito no iba más allá de visitar lugares con nuevos sentimientos, culturas y paisajes. Sin pretensiones de premios ni reconocimientos del sector literario, qué ordinariez. Y ya tenía una idea para alargarse. Un poco tópica quizás, pero válida para su objetivo. Así se lo hizo notar al escritor, que, como era de natural perezoso para crear argumentos (malas lenguas decían que se dedicaba al microrrelato y a la poesía por pura holgazanería y que invertía su tiempo libre a fumar cigarrillos sin filtro) acogió la iniciativa del relato con entusiasmo. De hecho, más que iniciativa, era un esquema detallado del planteamiento, el nudo y el desenlace, con sus puntos de giro y demás engendros de teoría literaria. El relato se lo había mandado por email.
Y el escritor, no sin esfuerzo, convirtió al relato en una novela corta.
El resultado fue que el ya exrelato y nueva novela corta se sintió a sus anchas. Ochenta páginas, nada menos, todo un portento. Pero el escritor había tenido la poca visión de limitarse a tres o cuatro escenarios, uno de los cuales era una peluquería de señoras, y la novela corta se cansó a los pocos meses. Así que –esta parte es previsible– se le metió en entre página y página lo de ser novela. Novela. Quién no querría. Ahora lo veía cercano. Sólo unos cuantos miles de caracteres más y sería novela. Novela. Qué nombre. Y así se lo comunicó al escritor, de nuevo por email. Le añadió tres escenarios más, un adyuvante y algunos personajes secundarios.
El escritor se sintió cómodo, a pesar de su natural perezoso para crear historias con un final coherente, se puso a redactar, no sin esfuerzo, y convirtió a la novela corta en una novela.
Y el resultado no fue malo y a la exnovela corta y nueva novela le entró la ambición, le vinieron ínfulas de saga, y quiso coquetear con el realismo mágico, con el género erótico y con las rupturas del orden temporal cronológico. Se veía capaz de ganar un premio, ahora sí, de ser fuente de inspiración, de ocasionar un nuevo “boom”. Y así se lo expresó al escritor, de nuevo por email.
Pero se ve que al escritor le llegó como spam. Y la novela se quedó en el cajón, añorando sus tiempos de relato, esperando que la brasa de un cigarrillo sin filtro convierta en combustión su silenciosa agonía de folletín, su porvenir anodino de ficción superficial.