Deseo
Fóllame, le dijo, y se tendió desnuda en la cama, sin decir amor mío, ni te quiero ni angustia de querencia. Sobraban todo biombo de cariño: ahora el paisaje era fácil, sin obstáculos, sin indirectas, sin seducciones implícitas. Se acabaron las caricias de sauce y las almohadas de candor. Fóllame ya, repitió.
Él se sacó un peine del bolsillo de la camisa, se repasó la raya del pelo en dos gestos y se miró en el espejo para comprobar que el resultado era el deseado. Después, se aflojó la corbata y, tras desabrocharse dos botones de la camisa, puso los gemelos sobre la cómoda. Uno. Y luego otro. Sacudió la americana, repleta de noche, y la colocó en la silla que tenía más cerca de él, evidenciando que las hombreras quedaran perfectamente alienadas. Tras deshacerse del cinturón, de los zapatos y de los calcetines, paralelos a la cómoda, dejó los pantalones, doblados por su centro geométrico, junto a la chaqueta. Lo último fueron, obvio, los calzoncillos, que acabaron sobre los pantalones como si no pudieran estar en otro lugar, y las gafas, cuyas patillas abrazaron los gemelos.
Después buscó a su amante, que yacía retorcida de humedad; cómo te deseo, pronunció.
Pero, al no encontrarla, se durmió.
Ella repitió fóllame ya y lo buscó con el tacto.
Pero, al no encontrarlo, se durmió.
P.S. Gracias a Sweetcide (Dulce suicidio) por la foto.