Credibilidad
Pero ahora era diferente. Estaba decidida.
Era la última vez que salía con un supervillano.
Lo irónica que es a veces la vida, dijo el inspector mientras apuraba los posos del café, siempre demasiado amargo. ¿No hay rosquillas hoy? Las luces intermitentes de las ambulancias y de los coches de policía se reflejaban en las caras de los centenares de transeúntes que, curiosos, se arremolinaban en torno a la grotesca escena. Sólo se podía ver un brazo aferrado a unas bolsas de plástico, pero, sin duda, era el cuerpo de una mujer lo que yacía aplastado en la acera. Encima de ella, ocultando la masa sanguinolenta e inerte, el cartel de unos grandes almacenenes que, minutos antes, se había desprendido de la fachada: siete enormes letras de color verde pregonaban el inicio de la temporada de rebajas.
Ambrose Bierce. Diccionario del diablo
“Jan Havlicek, de
>> Otro estudio encontró que las mujeres que tienen amantes paralelos empiezan a fingir el orgasmo más a menudo con sus parejas estables. Fingir el orgasmo más a menudo con las parejas fijas era más común incluso entre mujeres que sostenían limitarse a flirtear con otros. […] Las mujeres no están más hechas que los hombres para la monogamia. Están diseñadas para mantener sus opciones abiertas y fingen orgasmos con el propósito de apartar la atención de la pareja de sus infidelidades”.
- ¿Podría describirlo?
Pues no se lo va a creer, pero yo diría que su piel tenía un tono azulado, como de noche americana.
Pegarse un tiro se le hacía una montaña. Había leído las obras completas de Zweig, Maupassant, Woolf, Bierce, Celan, Quiroga y Plath, unos cuantos artículos de Larra y In Country Sleep, de Dylan Thomas. Incluso se había atrevido con algunos poemas de José Agustín, no sin antes devorar con fruición varias novelitas de Jack London y dos de tres de Ferrater. A pesar de que no le provocaban entusiasmo, pudo terminar La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik, y dos volúmenes de la tetralogía Hōjō no Umi, de Mishima. Sin embargo, no pasó de las primeras páginas de Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit –el alemán nunca fue su fuerte– y de A gyertyák csonkig égnek. Estos esfuerzos no lograban encender la chispa suicida. Estaba tumbado en el sofá, en calzoncillos, con el mando a distancia entre las piernas, una cerveza tibia en una mano, la pistola en la otra. Un anuncio de coleccionables, de un coche, de coleccionables, de coleccionables, de un perfume, de coleccionables. Quizás más tarde.